Desdén en «El bazar de las sorpresas» o el miedo al sentimiento

La historia que narra El bazar la remedó Nora Ephron a finales de los 90 en su “Tienes un e-mail”, versión que, por más moderna, yo conocía mejor que la de Lubitsch. Por ello, me di cuenta sobre la marcha de que, en los casi 60 años transcurridos entre una y otra película, se ha perdido algo muy importante: la razón de ser del desdén verbal y físico al que Margaret Sullavan sometía a James Stewart en la primera cinta.
En la segunda versión, Ephron justifica el malestar que sentía Meg
Ryan hacia Tom Hanks por el hecho de que Hanks encarnaba el arquetipo de competidor tiburón que ponía fin a una romántica y longeva tienda de libros infantiles. Ephron encontraba así una explicación perfectamente racional: el tener manía al “malo” nos parece a todos perfectamente asumible y lícito, claro y diáfano.
Ryan hacia Tom Hanks por el hecho de que Hanks encarnaba el arquetipo de competidor tiburón que ponía fin a una romántica y longeva tienda de libros infantiles. Ephron encontraba así una explicación perfectamente racional: el tener manía al “malo” nos parece a todos perfectamente asumible y lícito, claro y diáfano.
Sin embargo, lo que la cinta de Lubitsch nos traía era una realidad mucho menos diáfana y más psicológica, y muy propia del aparentemente contradictorio ser humano: el desdén no se debía a otra causa que al miedo que ella (Sullavan) sentía de enamorarse de él (Stewart). El desdén era muestra del rechazo que le producía ese sentimiento, pues ella se sentía bien amada por ese otro desconocido pretendiente por correspondencia, sentía su vulnerabilidad a resguardo tras el amante lejano, sólo intuido e imaginado.
El que en los años 90 se eliminara ese detalle, columna vertebral de la cinta primera, no es banal. Hace quince años no parecía ser de interés el que las razones del desdén fuesen oscuras, pues se consideraba que la oscuridad asustaba y afeaba la pretendida racionalidad del ser humano, considerada desde Descartes como el motor del mundo.
Gracias a Dios, pocos años han pasado y ya viene pegando con fuerza la idea contraria, la de que el ser humano es, ante todo, un ser emocional. Fue Antonio Damasio quien levantó tímidamente el telón en 1994, con su libro El error de Descartes, cuyo resumen es el siguiente: lo que nos mueve son las emociones, y a veces juegan por debajo de nuestra conciencia.
El tema que planteaba Lazslo en su comedia romántica es un clásico del comportamiento humano: algunas personas, cuando desde el subconsciente o incluso conscientemente, sienten o intuyen que aman a alguien -y esto es aplicable a todos los tipos de amor y no sólo al romántico-, y temen ese amor, optan por hacer al amado víctima del desdén, denigrarle y hacerle de menos, como hacía Margaret Sullavan con James Stewart. También pueden optar por tener con esa persona menos detalles que con cualquiera, o incluso por hacerse la víctima ellos mismos olvidando que quien realmente sufre los desprecios es el otro, el amado, el admirado.
Las razones para tener miedo a un amor son varias. Aquí apunto unas cuantas:
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El otro no conviene por carácter, estudios, edad, procedencia familiar, estado civil, o por vaya usted a saber.
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Le admiran en demasía, y esa intensidad les impide relacionarse con él/ella con naturalidad.
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La aman (cosa química y emocional) pero no entienden a esa persona (cosa racional).
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Creen que el otro les ama menos.
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Envidian -hasta el dolor- a esa persona por algo que ellos no tienen o creen no tener.
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No saben cómo gestionar ese amor o cómo evitar que se rompan los diques que lo contienen.
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…
Este tipo de situaciones las vemos en coaching, de vez en cuando salen. Con ellas se trabaja en un doble paso: el primero es que nuestro cliente traiga a la conciencia el trasiego subyacente que le anda bullendo.
El segundo es que aprenda a gestionar esas emociones y pueda dejar de contender con ellas y de contener los diques, pues éstos, no gestionados, pueden acabar estallando como una olla exprés…
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Maite Inglés es Coach Profesional desde 2006, en coaching personal, de ejecutivos, equipos y negocios. También ejerce el coaching terapéutico apoyándose en EMDR e Hipnosis. Acreditada PCC por ICF. Mentora de ejecutivos y negocios, y Mediadoraen conflictos civiles, mercantiles, organizacionales (intra e inter) y familiares. Economista, MBA y DEA doctoral en gestión de emociones, resiliencia y Psicología Positiva. Trabaja en español, inglés e italiano.
3 Comments
Anónimo
Hola Maite:
Leyendo tu post, mi memoria no tardó en rememorar repetitivas situaciones con varias personas (varones todos) donde el "desdén" que mencionas ha sido la órden del día.
Les conozco, se crea una "cierta" atracción física mútua, la mayoría de las veces sin pasar más allá de una conversación o de una salida ocasional, nos damos algunos datos de contacto, pero con el pasar de los días, comienza el ciclo. Muy similar en todos.
Yo no suelo ser de las que llama o busca el contacto por primera vez. Siempre espero que sean ellos quienes den el primer paso y en base a sus ánimos manifestados, voy siguiéndoles el ritmo.
Pero tal parece que los hombres con los que me tropiezo en el camino -y que me gustan- sufren de tan baja autoestima o inseguridad, que les lleva a que "su orgullo pueda más que sus ganas".
Tengo dos preguntas para tí Maite, aunque no tengo claro la manera de enfocarlas.. pero bueno, algo me aclarará el panorama:
1.- ¿Es posible que yo con mi actitud, esté atrayendo este prototipo de personalidad?
2.- ¿Qué medidas o accciones debería tomar en tales casos?
Agradecida anticipadamente por tu respuesta.
Y Enhorabuena por tan excelente post!!
(Ahora mismo me suscribo a tus News y tu blog a mis favoritos)
Un abrazo desde Tenerife
Mercedes Padilla
PD:También llevo 2 blogs basados en mi labor, espero que cuando te apetezca, me honres con tu visita.
http://elcuerpodelnuevomilenio.blogspot.com
http://elbunkerdelasguerreras.blogspot.com
Maite Inglés
Hola Mercedes,
Me alegra que te haya aportado el análisis que hago. Para saber algo más sobre cómo orientar mi respuesta a tus incógnitas, me he metido en tus dos webs. De la segunda se desprende que tu vida ha sido caleidoscópica e intensa, admira la motivación de logro que te ha ido moviendo.
Pasando a tus preguntas, te esbozo un par de ideas:
1. Tú, y cualquiera, nos fijamos en unos determinados tipos de perfil, cada uno los nuestros. Y esto, quiero insistir, nos ocurre en todos los ámbitos, no sólo en el de pareja. Las empresas están llenas de sorprendentes atracciones, y las asociaciones y las amistades también. Nos atraen personas que resuenan en nuestro cerebro emocional por uno u otro motivo. Veamos varios porqués:
a. Creemos que nos complementan.
b. Tienen cualidades que nosotros admiramos: p.e. extroversión, serenidad, fortaleza, chispa…
c. Se parecen a alguien importante de nuestro pasado.
d. Son lo contrario a alguien importante del pasado con quien sufrimos.
e. Parecen indefensos y/o débiles y aquí estamos nosotros, los redentores, para protegerles o hacerles crecer.
f. Parecen fuertes y les necesitamos para que cubran nuestra auto-percibida (que no real, quizás) debilidad.
g. Estamos imitando comportamientos que vimos en nuestra infancia.
h. Estamos vengando comportamientos que vimos en nuestra infancia.
i. …
2. ¿Qué qué hacer?. Te propongo una serie de acciones complementarias, tómalas si te sirven:
a. Encontrar qué características tienen en común esas personas supuestamente parecidas.
b. Dilucidar qué deseos y emociones despiertan en nosotros.
c. Darle una oportunidad a perfiles que no son los habituales.
Ya me contarás qué tal resulta.
Abrazos, Maite
Anónimo
Me ha gustado muchísimo tu respuesta Maite.
Me pone a hacer un poco de psico-gim y eso me encanta.
Ya te contaré!
Mil Gracias!!!
Un abrazo