La ciencia de la compasión, puntal para mi coaching ejecutivo y terapeútico

La ciencia de la compasión, puntal para mi coaching ejecutivo y terapeútico

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La palabra compasiónme acompaña de manera fiel desde 2006, en que comencé a ejercer el coaching. Ya de antes estaba en mi vocabulario, pues era de uso común en mi infancia y juventud de los años 60 y 70. Mi abuela materna, por ejemplo. utilizaba mucho esa palabra: “un poco de compasión”, nos decía, cuando pasábamos por alto, por acción u omisión, la tribulación ajena. 
Luego, con la llegada de la democracia, la palabra fue pasando al ostracismo. No le gustaba a parte de la población; siempre había quien la rechazaba por asimilarla a “lástima” en su sentido peor, el de inferioridad del otro, el de humillación. Yo no salía de mi estupor de ver cómo este tan necesario vocablo se había visto retorcido hasta hacerle destilar hiel.
Para mi alegría, en los últimos años se ha perfilado lo que sus estudiosos llaman “La ciencia de la compasión”.

Desde 2015, en que busqué el significado, hasta ahora, la propia RAE ha desechado la palabra “lástima” de la definición de compasión. A falta de nada mejor, en su momento creé mi propia definición. Lo hice mirando hacia el significado de mi infancia; quedó así: “comprenderla pasión por la que transita el prójimo y procurar aliviarla; padecer-con el otro”. Luego leí que el Dalai Lama lo define como el “deseo de que todos los seres sintientes estén libres de sufrimiento”. La misma idea de alivio, aunque en mi concepto hay un papel activo del que comprende, mientras que el del Lama llega meramente al deseo.
La actual ciencia de la compasión planta cara a sus denostadores históricos, Kant y Nietzsche, para quienes la compasión es signo de debilidad. Y se acerca a su mayor defensor, Schopenhauer, para quien la compasión es un principio moral básico, el de compartir el sufrimiento.
Para los pensadores occidentales, la compasión es una emoción, mientras que en la visión oriental es una actitud, nace de la voluntad, del cerebro racional. Yo experimento la emoción, claro, pero practico y prefiero la actitud. Otra diferencia entre Oriente y Occidente es que en Oriente se da por hecho que uno se quiere a sí mismo y la dificultad es querer a otros. Son más compasivos con ellos mismos que con los demás. Por el contrario, observó el Dalai Lama, en Occidente somos menos compasivos, esto es, más críticos y castigadores, con nosotros mismos.
La compasión ha de abarcar al que sufre, que podemos ser nosotros o los demás; pero también a quien hace sufrir. La frase “Quiéreme cuando menos lo merezca, pues será cuando más lo necesite”, que puso el escritor Stevenson en boca de su personaje el Dr. Jeckyll cuando se convertía en Hyde, refleja magníficamente esta idea.
En cuanto a fuentes de sufrimiento, nuestro cerebro es una de las mayores, y ello porque su diseño responde a la necesidad primigenia de sobrevivir, no a la de ser feliz. Eso de la felicidad más allá de la supervivencia es un logro más reciente: una vez sobrevivir está más o menos orientado y «asegurado», el ser humano puede pensar en otras cosas más del espíritu como la felicidad. 

Como decía, el diseño de nuestro cerebro humano nos lleva a fijarnos mucho más en lo negativo que nos rodea o sucede, que en lo positivo. Nuestro sistema de alerta y amenaza está filogenéticamente muy desarrollado, se activa fácilmente y además no podemos desactivarlo a voluntad. Esta activacion es el origen de la ansiedad y de los cuadros de estrés postraumático. 

La compasión promueve beneficios y favorece en varios planos:
  • Indicadores biológicos: conductancia y sudoración de la piel, reducción de cortisol en sangre (indicador del estrés) o del ritmo cardiaco.
  • La alegría, satisfacción, optimismo, entusiasmo, curiosidad, creatividad, inspiración.
  • La conducta pro social, lo que mejora las relaciones personales.
  • Mejora depresión y ansiedad
  • Favorece iniciativa, alta autoeficacia y motivación intrínseca
  • Algo que, de tan evidente, no lo es: las personas con alta autocompasión tienen menos miedo a fracasar y, al no autocastigarse, vuelven a intentarlo. 
  • Reduce miedo, ira, asco o tristeza, o sus sentimientos secundarios –frustración, vergüenza o agobio-.
Pero no toda la compasión es buena, hay dos tipos a evitar. Por un lado, la ayuda compulsiva, ese altruismo no asertivo en que la persona adopta el papel de salvador, generando relaciones descompensadas que luego le pasan factura y que pueden a la larga hacerle estallar, normalmente contra quien menos culpa tiene. Por otro, la llamada compasión idiota (Trungpa, 1987), una simpatía forzada y constante que no impone límites al otro. 
Para el psicólogo Gilbert, son tres las áreas cerebrales implicadas en la compasión. La más importante para mí es el sistema de satisfacción, calma y seguridad, que proporciona paz y alegría. Si de niño no te has sentido suficientemente querido y protegido, este sistema estará hipoactivado, y su contrario, el sistema de alerta, estará hiperactivado: desconfiarás de tus congéneres y tendrás por ello más probabilidades de padecer trastornos psiquiátricos. 
De hecho, a nivel sociedad, el sistema de satisfacción y calma se encuentra actualmente hipoactivado, mientras que los otros dos, el de amenaza (asociado a la autocrítica y a la vergüenza), y el de logro (asociado a consumismo y persecución de posición social), están hiperactivados. 
La compasión es una magnifica herramienta para favorecer la activación del sistema de calma y satisfacción, devolviéndonos la tranquilidad y la felicidad.

En mi experiencia como Coach, he comprobado y compruebo repetidamente cómo desarrollar la compasión y/o la autocompasión, según los casos, hace maravillas en el ánimo, y por efecto dominó, en la vida y en las relaciones, de mis clientes. Algunos se resisten al principio, por venir imbuidos del concepto enfocado a la lástima o a la debilidad. Pero en cuanto entienden desde dónde lo conceptualizo yo, se abren contentos a experimentar y poner en práctica en su plan de acción las herramientas específicas que utilizamos para ello. Siempre ganan. Y, con ello, su vida se torna más luminosa, menos amenazada.

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Maite Inglés es Psicólogo Coach desde 2006, en los ámbitos de coaching personal, de ejecutivos, equipos y negocios. También ejerce el coaching terapéutico apoyándose en EMDR e Hipnosis clínica. Acreditada PCC por ICF. Mentora de ejecutivos y negocios, y Mediadora en conflictos civiles, mercantiles, organizacionales (intra e inter) y familiares. Economista, MBA, Psicólogo y DEA doctoral en gestión de emociones, resiliencia y Psicología Positiva. Trabaja en español, inglése italiano; también en formato telefónico o vídeoconferencia.

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