¿Simple o sencillo?: lo sencillo es mucho más rico
Cualquier lengua, si la comparamos con el castellano (universalizado como “español”), puede resultar a veces insuficiente, pues quizás carezca de ciertos verbos u otros vocablos con los que distinguir conceptos intrínsecamente distintos. En honor a la verdad, en tantas otras ocasiones es el otro idioma el que distingue donde el castellano no lo hace. Concluimos, pues, que no hay idiomas que de manera absoluta sean más ricos que otros, sino que sólo varía el dónde pone cada uno el foco de su riqueza. Uno de los claros ejemplos, para mí, de riqueza del castellano, lo supone la diferenciación que hacemos entre lo “simple” y lo “sencillo”. ¿Simple o sencillo? ¿Cuándo aplica cada uno?
Simple o sencillo: conceptos distintos
Los anglosajones, franceses e italianos, por poner los ejemplos que recuerdo, despachan ambos conceptos con el vocablo “simple”. En español, quizás por influencia de estas lenguas, quizás por el descuido de los hispanohablantes en el uso de nuestra propia lengua, quizás por ambas cosas a la vez, se ha terminado por aglutinar en la voz “simple” ambos significados.
La propia Real Academia Española, en el sinfín de acepciones que otorga al vocablo “sencillo”, cae en la tentación de atribuirle significados que pertenecen al terreno de lo simple. Incluso en una de estas acepciones dice sin ambages que lo sencillo es simple. Pero no son lo mismo. ¿Cuándo elegir usar uno y otro, simple o sencillo?
Intentemos limpiar el batiburrillo académico para llegar a la pureza de significado de ambos conceptos. Mi comprensión es la siguiente:
- Simple: algo compuesto por uno o muy pocos elementos, ergo fácil de entender o poner en práctica. Si nos referimos a cuestiones de entendimiento, simple se refiere a razonamientos lineales que tienen en cuenta un solo punto de vista, o a razonamientos de poco recorrido.
- Sencillo: lo que, independientemente del número de elementos de que se componga, resulta siempre fácil de asimilar, entender o poner en práctica.
También llamamos sencillo a lo que se ha despojado de artificios y adornos, quedando puro aquello de lo que se trate: bien el concepto, el proceso o el resultado.
Añadimos dos conceptos: complicado y complejo
Para entender las diferencias entre simple y sencillo, necesitamos de otros dos conceptos que nos ayudarán a afinar en nuestra distinción: complicado y complejo.
- Complicado. Algo difícil de entender por poco o mal organizado, o difícil de manejar o de resolver por la presencia de fuerzas que se contraponen entre sí, o hasta de fuerzas desconocidas.
- Complejo. Algo compuesto por gran número de elementos con variadas interacciones entre ellos. Ambas circunstancias, número de elementos y de interacciones, suelen aportarle una dificultad intrínseca que no es inherente a lo simple.
Si los elementos están bien organizados, se entenderá la complejidad. Si no, nos entenderemos nada o casi nada.
O sea, que una de las coincidencias entre lo complicado y lo complejo estriba en su dificultad inicial. Y una de sus diferencias significativas radica en la buena o mala organización de los elementos, pues lo complejo organizado se puede manejar mientras que lo complicado, aunque se organice, quizás no se pueda resolver en ningún caso.
Simple o sencillo: un juego de opuestos
Enlacemos estos conceptos con los anteriores de simple o sencillo.
La ausencia de complejidad de lo simple es lo que favorece que este sea fácil de entender. Su opuesto es, pues, lo complejo.
Mientras, solemos llamar sencillo a aquello que es complejo pero que alguien se ha encargado de organizarlo para diluir cualquier complicación. Así, lo sencillo no es fácil pero lo parece porque alguien lo ha convertido en accesible. Su opuesto es, pues, lo complicado.
Resumimos los dos opuestos:
Simple —————— Complejo
Sencillo —————– Complicado
De estos cuatro, lo simple, lo sencillo y lo complejo organizado son fáciles, Y sólo lo complicado o lo complejo sin organizar son difíciles.
Coaching o terapia como organizadores de lo complejo
Esta concepción de lo sencillo como “algo complejo desenredado”, la veo diariamente en consulta, tanto de coaching como de psicoterapia. En infinidad de ocasiones, el/la cliente viene confuso, sumido en un mar de dudas, aplastado por el peso de su realidad subjetiva: su historia, sus creencias, sus compulsiones, sus rigideces, sus relaciones insatisfactorias, sus pautas vitales o sus sentimientos.
Es frecuente escuchar que me diga: «Mi situación es complicada». Yo no respondo nada y me dispongo a indagar, recabar toda la información pertinente. Tras ello o en paralelo, me sumerjo en la complejidad de todo eso para desliar la madeja, organizar la información y devolvérsela de modo que mi cliente pueda, primero, entenderla y entenderse y, segundo, acometer su propia mejora con estrategias que le resulten fáciles. Como dicen ellos, “Haces fácil lo difícil”.
El arte de convertir lo complejo en sencillo
Convertir lo complejo en sencillo es un arte. Uno de los maestros de la sencillez que más admiro es Steve Jobs. Sobre él y su capacidad para hacernos fácil el uso de sus complejos dispositivos, ya hablé en este blog (El buen vecino Steve Jobs o el liderazgo de servicio).
Después, leyendo la magnífica biografía suya firmada por Walter Isaacson, descubrí de dónde venía esa facilidad del usuario para manejar los gadgets de Apple -precisamente esa facilidad es la que nos enamora-. La facilidad era resultado de un proceso, costosísimo en tiempo, dinero y esfuerzo, por simplificar. Proceso que Jobs impulsaba hasta la extenuación propia y de sus colaboradores.
La perspectiva de Jobs sobre la sencillez, y la mía, la resume el cineasta francés Robert Bresson, activo entre 1934 y 1982. Dijo: “Cuando un solo violín basta, no emplear dos”.
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